Por Bárbara Salas Vanini
El teniente coronel Jorge Osinde fue uno de los tantos personajes
siniestros que forman parte de la historia del peronismo en Argentina. Fue un
militar simpatizante con el ala derechista del movimiento peronista, al cual sirvió
a través de sus ‘hazañas’ en el Servicio de Inteligencia de Argentina durante
los gobiernos de su líder Juan Domingo Perón.
Osinde es recordado por el pueblo argentino por una de sus misiones
más importantes como militar de inteligencia: la masacre de Ezeiza. En este
oscuro episodio, Osinde organizó un recibimiento oficial por el regreso de
Perón a la Argentina el 20 de junio de 1973, evento al que acudieron millones
de personas, tanto del sector izquierdista y derechista del peronismo. Los
primeros, al querer ocupar los palcos cercanos al podio donde iba a hablar
Perón, fueron atacados con metralletas y demás armas de fuego por los
derechistas y personal de inteligencia del ejército argentino. El suceso en
Ezeiza, mencionado en la investigación periodística de Tomás Eloy Martínez,
consagró la imagen de Osinde como un militar capaz de armar misiones que
impliquen la muerte de vidas humanas con tal de perjudicar a los grupos
sociales que iban en contra de sus principios fascistas: los montoneros y demás
organizaciones de la izquierda peronista.
Basándose en los señalado por Eloy Martínez en su investigación ‘Eva
Perón: la tumba sin sosiego’, Osinde, a pesar de ser conocido por el ‘torturador’
durante los periodos de gobierno de Perón, no se escapa del sentimiento de
lealtad y servicio hacia su líder y se deja enredar en el misticismo de dicho
fenómeno político. Su actitud va acorde con los valores y principios propios de
una persona que pertenece a un cuerpo militar, en el que su individualidad se
ve diluida bajo la estructura de una institución que impone una sola forma de
pensar y actuar.
Siguiendo su fidelidad hacia el general Perón, Osinde llegó a velar
por el cuerpo embalsamado de una de las figuras más importantes y emblemáticas
del peronismo: Evita Perón. Así es como, luego de varios intentos infructuosos por
localizar y llevar el cuerpo al general, Osinde siguió visitando hasta su
muerte la tumba de la primera dama más querida en la historia de Argentina, de
acuerdo a su derecho auto adjudicado de cuidar a la ‘santa’ y liberarla de su
confinamiento.