Muchas veces hemos pensado en qué pasaría si la
pena de muerte se implanta en el Perú. Hoy en día, cuando la prensa expone
casos de violaciones a menores de edad o asesinatos el pedido se hace mayor.
Pero qué implica en la realidad.
Se sabe que en el Estado de Carolina del Norte
se gasta más de dos millones de dólares por cada ejecución. ¿Esa cifra
cambiaría para el Perú? Lo más probable es que el costo sea el mismo, y es ahí
en donde surge la pregunta: ¿el Perú está en la capacidad de gastar esa
cantidad para una ejecución?
Con dos millones de dólares es posible
alimentar, abrigar y educar a una población. Sabiendo que la cantidad de
personas que viven en pobreza extrema, no sería ilógico gastar en la muerte una
sola persona por “justicia”. Y no sólo en ese ámbito, en los penales, según
cifras del INPE, existe una sobrepoblación de 72.53%. Es más que seguro
que con ese dinero se podría, tranquilamente, ampliar las cárceles.
La idea de la pena de muerte en
el Perú es descabellada. Si mantenemos, en promedio diario, con cinco soles a
preso, imagínense lo que se podría lograr con dos millones de dólares.
Entiendo la desesperación de los
familiares en la búsqueda de justicia, y estoy segura que en su posición
llegaría a pedir a pedir la pena de muerte, pero no por eso la idea deja de ser
una locura para una sociedad como la nuestra.
Por otro lado, una solución al gasto sería
establecer la pena de muerte como es llevada en países como Arabia Saudí, en
donde se condena en las plazas. Pero a qué puerto queremos llevar a esta
sociedad, ¿queremos seguir siendo llamados subdesarrollados? Nunca pensé citar
al arzobispo Cipriani pero se me hace necesario, ¿qué tan “castrados
mentalmente” somos?
La pena de muerte no es tan simple
como tirarle un balazo en la nuca a un sentenciado, práctica ciertamente llevada
a cabo en China para delincuentes comunes. No es tan fácil tomar la decisión, y
no sólo por el ámbito económico expuesto sino también por todo lo moral y el
deber hacer para un país que aún se rige de la mano de la Iglesia.
Alessandra
Nakano.
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