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14 sept 2011

Un sueño americano

Por Carlos Sánchez

Diez años han pasado y todo sigue igual, como si hubiera ocurrido ayer. El 11 de septiembre del 2001 marca un antes y un después en el mundo, un país herido obliga a modificar todo. Somos parte de una sociedad reconstruida, un colectivo social que fue obligado a reconfigurarse a partir de la rabia y el dolor, del orgullo de una nación poderosa que fue vulnerada de la manera más cobarde. Menos de dos horas duró la agonía de las Torres Gemelas y millones de personas alrededor del globo pudimos observar cómo cayeron, una a una, las edificaciones más representativas de la ciudad más cosmopolita y más estadounidense del mundo.


Antes de los cobardes atentados terroristas a las Torres Gemelas, Estados Unidos era un país ideal. Las banderas de libertad, igualdad y fraternidad ondeaban en lo más alto de sus edificios, era el centro económico mundial más importante y su agenda nacional marcaba la pauta de la política de otros países. Todo era mejor, y si todo esto está escrito en tiempo pasado es porque aquel martes negro convirtió el sueño americano en una pesadilla mundial.

Estados Unidos, con el orgullo golpeado pero no destruido, miró una vez más hacia afuera e inició la búsqueda de los responsables de tan salvaje atentado. La herida profunda que recibió la nación norteamericana obligó a desarrollar una política antiterrorista en la cual "todo vale" con tal de lograr los objetivos trazados. Es así como la xenofobia y la violación a la intimidad se vuelven cotidianos, todo aquel que físicamente no parezca pertenecer al establishment norteamericano es una amenaza potencial a la estabilidad nacional y, por decisión de una nación aún con poder, su intimidad pasa a ser pública.

Con la misma rapidez que viven el día a día los estadounidenses, su fuerzas armadas empezaron a desarrollar estrategias antiterroristas en Medio Oriente. Alrededor del mundo, fueron múltiples las maniobras militares que afectaron las actividades diarias de los ciudadanos de a pie. Luego del 11 de septiembre, no apoyar una causa así era visto por la política internacional como un apoyo expreso a los grupos terroristas que enlutaron a la nación norteamericana.

Tal vez esto motivó que los civiles muertos en acciones militaras pasaran a ser parte de las estadísticas de los errores militares, aunque la cifra quintuplique el número de víctimas del atentado a las Torres Gemelas; 14 mil civiles fallecidos en Afganistán, según las estadísticas más optimistas.


Todos los años me solidarizaré con los familiares de las víctimas de este atentado. Lamentaré que ese día haya empezado a perderse el sentido de humanidad en el mundo, llegando al punto de señalar y acusar a las personas por sus características físicas. Es triste observar que la religión, el idioma o la forma de vestir sean elementos de valor suficientes para juzgar a una persona o, al menos, sospechar de él y acusarlo de terrorista.

Quiero creer que en algún momento el gobierno estadounidense dejará el orgullo de lado para concentrar sus esfuerzos económicos en reconstruir su sociedad, mirando hacia adentro. Es tiempo de desempolvar los ideales de la Revolución Francesa para poder recuperar ese sueño americano y poder dormir todos en un mundo mejor, recordando siempre la tradegia de una ciudad que nunca duerme, pero que nos enseñó a ser mejores seres humanos.

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