En quince minutos inicia mi clase y el tráfico limeño evitará
que llegue a tiempo a mi clase de las ocho de la mañana. La esquina de San
Felipe es el punto de espera y, mientras termino de arreglarme, taxis, combis y
buses tocan sus bocinas, como vendedores de mercado gritando para atraer al
casero.
Somos muchos los caseros en esta esquina, esperamos una
movilidad que sea lo suficientemente rápida para llevarnos a tiempo a nuestros
destinos, pero con seguridad y buen trato. Así como yo, mis compañeros también
esperan que la gran ciudad capital nos sorprenda, como suele hacerlo de vez en
cuando, y nos permita encontrar un vehículo que cumpla con estos requisitos.
El reloj avanza un par de minutos y así como yo, varios hemos
perdido las esperanzas de llegar a tiempo y nos empezamos a resignar, algunos
rebuscan en sus bolsillos y hacen cálculos para tomar un taxi que intente llevarnos
a tiempo a nuestro destino. Algunas miradas se cruzan y se reconocen,
efectivamente, somos los mismos de días pasados pero lamentablemente no hay
tiempo para saludar, cada vez se hace más tarde, otro día será.
Finalmente podemos decir que en Lima existen los milagros, y
no es octubre. A lo lejos veo como aparece ese vehículo que hará posible todo.
Bueno, honestamente, casi todo. En realidad, ahora sólo me interesa una cosa:
llegar a tiempo. Tanta suerte tengo que no aparece un vehículo, veo que tres
puntos blancos con el mismo rótulo se acercan velozmente a mi punto de espera.
Quiero creer que soy un cliente muy valioso para ellos y por
eso pelean por llegar primero a donde me encuentro, supongo que el trato
marcará la diferencia y eso me hará decidir finalmente cual me conviene. Uno se
ha acercado bastante, tanto que he tenido que retroceder un poco para evitar que
me golpee.
Un señor desaliñado abre la puerta, creo que he sido
demasiado obvio para expresar mi prisa pues apenas pongo un pie en el vehículo y
este parte veloz para tratar de alcanzar a sus compañeros. Sólo espero que, así
como yo, sean muchas las personas que diariamente puedan llegar a tiempo a sus
destinos.
Definitivamente es un alivio tener este tipo de transporte
público en Lima. Yo sé que no nos garantiza seguridad, pero últimamente veo que
las cosas importantes cada vez valen menos: las reglas de tránsito, el respeto,
la seguridad. Hoy más que nunca es cierto que la calle es una selva de cemento,
y los animales somos nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario